Cuando se habla del concepto de personalidad, es importante diferenciar entre los rasgos de personalidad patológica en la infancia y los trastornos de personalidad infantil. El concepto de rasgo de personalidad se entiende como una tendencia a actuar o comportarse de una determinada forma. Eysenck y Eysenck (1985) lo describieron como “factores disposicionales que determinan nuestra conducta, regular y persistentemente en muchos tipos de situaciones diferentes” (Eysenck y Eysenck, 1985).
Para Millon (1976), la principal diferencia que existe entre una persona sin patología clínica y una persona con un trastorno de personalidad, es que la segunda carece de la capacidad de adaptarse al medio, su patrón de conducta es rígido y, por tanto, desadaptativo (Sánchez, 2003).
En el DSM-V se entiende el trastorno de la personalidad como un “patrón permanente de conducta y de experiencia interna que se desvía notablemente de las expectativas generadas por la cultura de un individuo, está muy enraizado y es inflexible, es estable a lo largo del tiempo y produce malestar o deterioro” (APA, 2013, p. 645). Si previamente, se había descrito el rasgo de personalidad como factores persistentes de formas de percibir, relacionarse y pensar sobre el entorno y sobre uno mismo en una amplia mayoría de contextos sociales y personales, se puede volver a afirmar que los problemas de adaptación al medio son el eje principal de los trastornos de la personalidad (Esbec et al., 2015).
Se pueden diferenciar varias áreas del desarrollo donde se manifestarían los distintos rasgos de personalidad patológica en la infancia. Por un lado, tendríamos los elementos cognitivos. Es decir, cómo pensamos, cómo interpretamos el mundo que nos rodea. Por otro lado, los elementos afectivos. Es decir, cómo reaccionamos ante las situaciones emocionales, cómo expresamos el afecto. También están los elementos interpersonales, que abarcan la relación con los demás. En esta dimensión, se puede hablar de dos grandes espectros: dominancia-sumisión y afiliación-desapego. Por último, se encuentran las dificultades con el control de impulsos, que también puede interpretarse como extremos en un continuo, donde se encontrarían los extremos muy controlador o muy impulsivo.
Prevenir trastornos a través de la intervención infantojuvenil
Aunque hasta la edad adulta, no podrían establecerse patrones de personalidad determinantes, sí que existen rasgos y tendencias que podemos identificar desde la infancia. Teniendo en cuenta todo lo anteriormente mencionado, es crucial prestar atención cuando un niño muestra rigidez en sus decisiones o ante los imprevistos. Las dificultades para adaptarse a las situaciones estresantes o los cambios de planes son un factor de riesgo a la hora de desarrollar patrones de personalidad disfuncionales. Tratar de flexibilizar el comportamiento desde la infancia es fundamental para prevenir futuras patologías.
Dentro de este parámetro, se puede incluir la importancia de trabajar la tolerancia a la frustración. Como se ha mencionado anteriormente, un trastorno de personalidad es un patrón fijo de comportamiento. Esto hace que las personas que lo padecen tengan que enfrentarse constantemente a situaciones de frustración. Por tanto, cuanto mayor sea la tolerancia que se adquiera ante situaciones de frustración, más flexibilidad se alcanzará en el afrontamiento y más funcionalidad se conseguirá.
Hay que tener en cuenta que la dependencia, la ansiedad social y la hipersensibilidad, la conducta perturbadora o los problemas de identidad son conflictos que tienen su inicio en la infancia, y que, aunque se corrijan de forma natural a lo largo del desarrollo, muchas tendencias se quedan en el repertorio conductual de la persona y pueden favorecer la aparición de trastornos en etapas más avanzadas de la madurez.
Por tanto, la infancia es una etapa sensible, donde tiene lugar la construcción de la personalidad y se adquieren patrones de comportamiento básicos en cuanto al afrontamiento de situaciones estresantes, pero también una etapa en la que se pueden identificar rasgos de personalidad patológica en la infancia o disposiciones que permitan actuar de manera preventiva.
Factores de riesgo para la aparición de trastornos de personalidad en la infancia
Las experiencias de la infancia son determinantes en el desarrollo de rasgos de personalidad adaptativos y desadaptativos. Las experiencias traumáticas relacionadas con el abuso, la negligencia o los acontecimientos vitales estresantes, son factores de riesgo para el desarrollo de trastornos de la personalidad en etapas posteriores. El niño buscará el alivio de ese malestar, lo que en muchas ocasiones deriva en el aumento de conductas desadaptativas, la culpa, el resentimiento o la desconfianza en los demás. Todo ello influye en el desarrollo del niño, y en muchas ocasiones estos patrones de comportamiento disfuncionales, se afianzan y mantienen el malestar a largo plazo.
La importancia de la identificación e intervención en los rasgos de personalidad patológica en la infancia
Por otro lado, también se existen los factores protectores, que facilitan la construcción de una identidad sana y una personalidad que favorece el desarrollo. El apoyo familiar y el estilo educativo democrático son grandes aliados en la construcción adaptativa de la identidad, así como el apoyo comunitario o las actividades extracurriculares, donde el niño pueda desarrollar sentimiento de pertenencia y encontrar espacios afectuosos en los que expresarse.
Existen una serie de rasgos de personalidad patológica en la infancia que favorecen la adaptación como la resiliencia, la tolerancia a frustración o la autoeficacia, que favorecen el desarrollo funcional del niño. Es importante destacar las habilidades sociales como factor protector dado que permiten el desarrollo prosocial del niño.
Por tanto, intervenir en etapas tempranas del crecimiento garantizando el desarrollo adaptativo de los niños y fomentando su autonomía, resiliencia y capacidad adaptativa es fundamental a la hora de actuar en la prevención de rasgos de personalidad disfuncionales que puedan desembocar en trastornos de personalidad en la etapa adulta.
La terapia infantojuvenil es clave no solo en el tratamiento cuando ya existen estos rasgos desadaptativos, sino que es fundamental en la prevención. Una intervención a tiempo permite minimizar el impacto de las conductas patológicas y trabajar para facilitar el desarrollo en la infancia.
En conclusión, reconocer los rasgos de personalidad patológica en la infancia y abordarlos desde una intervención infantojuvenil temprana es esencial para prevenir futuros trastornos y promover un desarrollo adaptativo. El apoyo familiar, el entorno social positivo y la terapia adecuada son fundamentales para construir una personalidad saludable y resiliente.